lunes, 24 de noviembre de 2008

Lilu y el último Dragón (tercera parte)


Lilu llegó a casa y comenzó a pensar en todo aquello que debería llevar a un viaje tan largo. “Debo llevar muchos alimentos, agua, cobijas, ropa…” Y comenzó a contar más, y más, y más cosas, hasta que se dio cuenta que necesitaría como mínimo tres carretas para llevar consigo todo lo que quería. Momentos después, fue más coherente y pensó que solo necesitaría un cambio de ropa y alimento para dos lunas. La naturaleza era basta, los alimentos los podría conseguir en su camino a través de los árboles y pueblos, y podía lavar su ropa en los ríos y lagos que se atravesaran en su camino.

Esa noche fue la más larga de su vida, poco pudo dormir, pensó y pensó mientras las horas pasaban… ¿Cómo sería el Dragón? ¿Qué reacción tendría ella al verlo? ¿Realmente llegaría? Miles de preguntas fueron rondando su mente y éstas mismas le arrullaron.

Llegó el amanecer, y con el primer rayo de sol Lilu salió de casa con una mochila al hombro. Comenzó su camino hacia el bosque de las cien sombras, punto inicial que había indicado el anciano para comenzar aquél recorrido.

Después de mucho andar se encontró internándose en el bosque, el espesor de las copas en los árboles impedía el paso de la luz, y este ambiente creaba un efecto nocturno que apenas dejaba ver el camino entre penumbras. La variedad de árboles era sorprendente, pero más insólito aún era el silencio que se vivía, no se escuchaban pájaros o fauna de ninguna especie.

Lilu siguió caminando, en línea recta para no perderse ya que lo único que debía hacer era atravesar el bosque, sin embargo el día transcurría, o al menos eso le decía su concepto del tiempo dentro de ese lugar, cuando comenzó a notar algo extraño en su camino… Los mismos árboles, las mismas ramas en el camino, ¡Pero si ella viajaba en línea recta!

Entonces decidió hacer algo; tomó una piedra y marcó un árbol, con una rama marcó una flecha en la tierra que mostraba la dirección hacia la que caminaría (derecho como ella pensaba que iba) y retomó el camino. Después de un rato de andar, grande fue su sorpresa al toparse de nueva cuenta con el árbol que ella misma había marcado, volvió la mirada a la tierra y encontró la flecha, más desconcertada quedó al notar que llegó a la flecha exactamente por detrás de la dirección marcada, lo que significa que no pudo haber dado una vuelta ya que la hubiese encontrado de manera diagonal o por un lado.

Confundida y agotada, se sentó y trató de no desesperarse, no sabía hacia donde dirigirse, o si el intento de regresar la llevaría a algún lado. Se recostó y quedó dormida en medio del oscuro silencio que ahora era huésped de su sueño.

Después de algunas horas, el crujido de una rama cerca de ahí la despertó, trató de encontrar de dónde provenía el ruido pero sin lograr ubicarlo… de nueva cuenta otro crujido, esta vez volteó más rápido y solo pudo observar una sombra que se deslizó de un árbol a otro a gran velocidad. Atemorizada, tomó la mochila y se disponía a retomar el camino, mantenerse en movimiento parecía una mejor idea en ese momento.

Al recoger la mochila notó algo en el suelo… había otra flecha, una flecha que ella no había marcado, observó un poco más adelante siguiendo la dirección que indicaba la nueva pista, otra flecha, y así sucesivamente se definía un camino que antes no existía.

¿Quién había estado tan cerca de ella durante su sueño? ¿Sería seguro hacer caso de estas marcas? Dos cosas eran ciertas; si estuvo alguien tan cerca pudo haber hecho daño en ese momento y no lo hizo, y segundo, no tenía idea de cómo salir de aquél lugar o por donde caminar. Así que optó por continuar las pistas con el fin de averiguar en qué terminaba este asunto. Durante cada paso del largo recorrido sintió una presencia, era algo tenebroso en aquél bosque oscuro que parecía ausente de vida, pero ese mismo temor le dio ánimos para seguir cada momento.

Poco antes de finalizar el camino, a lo lejos, vislumbró un arco delineado por los árboles y al final… Luz. La luz de aquella tarde que indicaba el fin del bosque, o su inicio, porque a decir verdad Lilu no sabía hacía dónde se había dirigido. Caminó con paso un poco más apresurado, alegre de salir por fin de aquél oscuro y misterioso lugar, de pronto, un crujido más, detrás de unos árboles se asomó una silueta que impedía la salida de Lilu de aquél bosque.

La silueta dibujaba una especie de lobo, del doble de tamaño de un lobo normal, no se le distinguía ningún color y lo único que no era negro era el tono rojizo de sus ojos, que la observaban fijamente como amenazando cualquier movimiento. Con las fauces abiertas y emitiendo un gruñido que se confundía con el de un oso y un lobo, comenzó a caminar sigilosamente como cazador hacia donde Lilu se encontraba.

Lilu, más allá del miedo y ya en territorio del terror, trató de correr, pero ningún músculo de su cuerpo recibía señal de movimiento, estaba pasmada. El lobo comenzó a trotar, y poco a poco comenzó a correr para abalanzarse sobre la pequeña Lilu, quién con un rostro en lágrimas cerró los ojos y se ofreció al final.

El silencio… La calma…

Lilu abrió los ojos lentamente y no vio nada frente a ella, nada más que el lejano umbral de luz que delineaban los árboles. Volteó su mirada hacia el lado izquierdo, miró hacia la tierra, y grande fue su sorpresa al ver a aquél enorme y feroz animal tendido en el suelo, sin movimiento alguno, sin respiración.

Después de sacudir su asombro, se acercó para ver a detalle una flecha que estaba clavada en el cuello de la bestia, para ser más exactos, lo atravesaba. Lilu examinó la flecha y encontró curiosas las plumas que tenía en la parte trasera, no parecían plumas de ningún ave, o al menos, de ningún ave que ella conociera, sus colores eran vivos y llamativos, como si el arcoiris mismo hubiese prestado sus colores para adornarlas.

Volteó rápidamente hacia la dirección de donde pudo haber salido la flecha… no había nada, ni una sombra, ni un sonido.

Sin la intención de pasar un momento más en ese temible lugar y evitando cualquier otro encuentro no deseado, Lilu caminó al umbral de luz, la salida del bosque…

El cielo se tornaba rojizo con el atardecer, un par de pájaros atravesaron entre nubes y sobre el campo a lo lejos, se veían las montañas dibujando formas en el horizonte. Lilu tomó un profundo respiro, aquella imagen le daba renovadas fuerzas para continuar el viaje. No muy lejos se observaba un pequeño pueblo con algunos molinos que giraban al compás del aire, sujetó bien su mochila al hombro y se dirigió al pequeño poblado.

La tranquila caminata por el campo relajó los tensados músculos y el estresado momento por el cual había pasado hace algunas horas, después de todo y sin saber exactamente cómo… todo marchaba bien.

Continuará...

Carlos Abraham Navarro